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ISSN 1989-4163

NUMERO 17 - NOVIEMBRE 2010

Sólo Guerras Perdidas

Concha Miralles

Autor: Pascual García. Alfaqueque Ediciones. Septiembre 2010. 256 páginas. 19,95€.

Los territorios ficticios han crecido tanto  en los últimos tiempos que, para no perdernos por esos mundos de Dios, Google Maps debería facilitar en sus búsquedas coordenadas geográficas, estas de orden mítico, para darles un espacio a esos lugares que ya  forman parte del imaginario colectivo: Comala, el andén 9 y ¾ de Harry Potter, Vetusta, La Tierra Media, Macondo, Hécula, y los ya reconocibles parajes de Los Olmos y Puerto Errado, en los que trascurren las novelas del escritor murciano Pascual García (Moratalla, 1962).

En Solo guerras perdidas volvemos a encontrarnos en esos mismos lugares por donde ya anduvimos en anteriores novelas del mismo autor, y, además, reencontramos a un antiguo conocido: Aníbal Salinas, el protagonista de Nunca olvidaré tu nombre (Los libros de la Frontera, 2002), esta vez envuelto en una trama, más que de guerras,  de pasiones, porque, como afirma el personaje una guerra es una enfermedad que altera el cuerpo y el alma, y en eso tal vez se parece al amor.

En el transcurso de la acción, y bajo la voz de un narrador omnisciente con frecuencia punteada por los pensamientos de Aníbal, se mezclan escenas de amor y muerte, como si ambas se complementaran y necesitaran para darse sentido mutuamente, y lo hacen al filo de una prosa depurada, limpia y poéticamente precisa, llena de matices y sutilezas y rica en vocabulario. Aníbal Salinas mata y ama con la misma decisión y pasión, dejándose llevar por la fuerza de la supervivencia y del instinto, y son algunas de estas escenas dignas de la mejor literatura.
Solo guerras perdidas es una sabia reflexión sobre la guerra, sobre todas las guerras; una filosofía de la existencia, de los móviles internos que gestan los actos más vergonzosos del ser humano, de la huída y la soledad sin tregua.

Ambientada en plena guerra –en cualquier guerra-, estamos ante una novela que se constituye, por un lado, como el escenario en el que se hace una presentación de lo real traumático que implica una contienda: la lucha por la supervivencia, la desconfianza, el miedo, la muerte, la traición... A la vez, se elabora un tratamiento del vacío, de la soledad y la culpa, mediado por la introducción de lo simbólico en su función de autoridad encarnada por un alto mando, sin voz ni nombre, que ha encargado al soldado Aníbal Salinas cumplir con la misión que le hace retornar a sus orígenes, a Los Olmos, para matar a los últimos refugiados del ejército enemigo. Y, por ser él quien mejor conoce la sierra donde se esconden, Aníbal Salinas regresa a la las tierras de su infancia, aquellas que aprendió a descubrir con su padre, para dar muerte a unos hombres de los que dice no importarle nada, pero con los que tiene en común costumbres y geografía, y que en realidad no son para él ni siquiera enemigos, porque todos los hombres son el realidad el mismo hombre. Y es en ese conocimiento íntimo del lugar y las costumbres donde Pascual García regala al lector su propio conocimiento de las características, secretos y tradiciones de rincones que le son familiares, en la serranía del noroeste murciano, que constituyen un excepcional muestrario de sensibilidad paisajística y humana. Quizá porque es más intensa y más feliz la memoria del gusto y de los olores que cualquier otro recuerdo, por las páginas de esta novela parece desprenderse el olor a retamas, romero, tomillo y ajedrea, los sabores de suculentos platos cocinados según las costumbres de la sierra, y se entiende la encendida manera que cobra el deseo, porque todo allí es más directo e inmediato, más puro y lleno de verdad.

Aníbal Salinas, con su fusil al hombro a horcajadas sobre una mula y con el norte de oscura misión que lo dirige, recorre quijotescamente un monte que cobra en esta obra entidad de personaje principal.

Aparecen en la novela dos realidades de forma nítida, una física y otra conceptual. La física se desenvuelve en un contexto bélico y geográfico, puesto de manifiesto en los lugares a los que Aníbal Salinas regresa. La conceptual se muestra en el curso de los pensamientos del protagonista, implicando elípticamente a todos los seres humanos en general en una guerra, en tantas guerras reales como ficticias, en las que cada uno puede entrar en algún momento de su vida. Porque quién sabe si, a pesar de tratarse siempre de guerras perdidas de antemano con un reguero de muerte en el camino, para algunos, como Aníbal Salinas, son lo que dan el sentido a la vida.

Hay un aspecto, enigmático y oculto en esta novela. Una de esas lecturas que se intuyen tras las páginas que se van leyendo, pero que no es explícita, y que tiene que ver con esa otra historia de Aníbal Salinas, la que no se cuenta, pero que anida con pálpito cierto en sus gestos, silencios y palabras. La historia del Aníbal soñador y romántico que se fue voluntario a la guerra casi por amor, y es que una se pregunta por qué un hombre como Aníbal, que en realidad no necesitaría de nada ni de nadie para sobrevivir, ni aún en tiempos de guerra, no cuestiona el poder autoritario que lo dirige, ese imperativo categórico que es su estrella y su condena al mismo tiempo. Y, en esa ciega y tenaz obediencia del protagonista, que pierde el rastro de su origen, recuerda esta última novela de Pascual García a La muralla china, de Kafka.

Puede que algún día Aníbal Salinas vuelva por esas geografías viejas y nuevas del mundo del autor para cumplir con otro cometido, en otro título, y entonces no obedezca a nadie más que a sí mismo.
Esperamos.

Sólo guerras perdidas

 

 

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